Cassandra:
Te
envío mi historia, ya que esconde una moraleja muy importante sobre el destino.
Mas aún cuando uno tiene la posibilidad de acceder a él y no aprovecharlo.
Durante
muchos años, estuve enamorado de Julissa, ella no es una chica muy hermosa,
pero sí muy atractiva e inteligente. Estudiamos economía juntos. Yo era para ella “su mejor amigo”.
Comprenderás
que era el confidente de todos sus problemas y tristezas. Ella vivía enamorada
de un muchacho que siempre la hacía sufrir con sus desplantes. Era el típico
individuo, que por su apariencia de galán le hacía creer que era merecedor de
todo halago y que el gozar de su compañía tenía como precio, la humillación
y el desplante. Que era lo que vivía Julissa a su lado.
Era
yo pues su eterno paño de lágrimas, el hombro donde ella lloraba y encontraba
consuelo y ¡un gran amor!, pero que ella jamás lo vio. Era yo, para ella, tan
sólo el amigo, el hermano.
Mi
apariencia física era mi mayor complejo, tenía 20 Kilos demás. Siempre viví
en fracasadas dietas que nunca hicieron nada más que crearme más ansiedad y
motivarme a seguir comiendo. Probando píldoras y todo método inútil para
adelgazar. Era para los amigos el infaltable “gordito”, así me
llamaban todos, incluida ella. A pesar de que me lo decía con cariño era como
clavarme un gran puñal cada vez que ella usaba esa palabra. Ello me hacía
sentir que nunca podría acceder a que me mirase de otra manera.
Ya
se acercaban las fiestas, como ahora, cuando realmente empezó toda la tragedia
en mi vida. Estaba en la universidad, junto con Julissa y mis compañeros,
en el salón de estudios, cuando repentinamente sentí un agudo dolor de estómago.
Tuvieron
que llevarme de emergencia al hospital, ya que los dolores eran insoportables.
Según los médicos, tenían que realizarme una serie de exámenes, que llevarían
un buen tiempo saber que era lo que realmente tenía. Calmaron el dolor y yo
regresé a casa prometiendo hacerme todos los análisis requeridos.
Luego
de este episodio fue cuando Julissa repentinamente, ya cerca de las 10 de la
noche, tocó la puerta de mi casa y echándose a llorar en mis brazos me dijo
inconsolable:
-
Gordito ¡ayúdame!, Juan Carlos ha terminado conmigo. No sé que es lo que va
hacer de mi vida.
Ver
su rostro triste, sus lágrimas imparables, su alma destrozada. Hizo que en mi
naciera un rencor y un odio aún mayor del que sentía por aquel canalla
que destrozaba los nobles sentimientos de la mujer que yo tanto amaba. Él se
daba el lujo de abandonarla, cuando yo hubiese dado mi vida porque ella me
mirase de otra manera, por tan sólo un instante.
Yo
la miré fijamente a los ojos, la abrasé fuertemente y le dije:
-
Cálmate pequeña, él no merece tus lágrimas. Ella con su sollozo incesante y
su hablar entre cortado, me dijo: Es que entiende Ernesto (fue la primera vez
que me llamó por mi nombre), yo no puedo vivir sin él, y menos puedo alejarme
de Juan Carlos sabiendo que ya las próximas semanas se vienen Navidad y Año
Nuevo.
La
consolé hasta calmarla, prometiéndole que si él no regresaba a ella para
aquellas fiestas, yo no la dejaría sola ni un sólo instante.
Ya
faltando un día para la noche buena, asistí a mi consulta médica para recoger
mis análisis y saber que había motivado aquellos dolores intensos en mi estómago.
Cassandra,
la tristeza de no tenerla y de que quizás jamás pudiese alcanzarla, se sumó a
la terrible noticia que la doctora en ese momento me dio.
El
deseo incesante de quererme ver mejor, hizo que yo ingiriese una serie de píldoras,
todo tipo de tratamientos y dietas que encontraba, causando así una serie de
desarreglos en mi aparato digestivo. Produciéndome inicialmente una gastritis,
luego una terrible ulcera y finalmente ¡un cáncer al estómago!. Ya te
imaginarás como me sentí con aquel terrible diagnóstico. Ya ni siquiera tenía
sentido la poca vida que me habían diagnosticado.
Este
nuevo hecho cambió totalmente mi existencia. Pero ello no era lo más grave que
sucedería en esta trágica historia. Yo callé a todos aquel terrible mal que
me aquejaba, en el cual me habían dado como un máximo de medio año de vida.
El
saber que mis opciones para alcanzar el amor de Julissa eran cada vez menores,
me hizo asistir a una sesión con una vidente como tú, con la diferencia que
ella prometía traer al ser amado. Comprenderás que ya nada importaba en ese
instante.
Cuando
visité aquella pitonisa, ella me dijo ni bien me vio: “que el amor que yo
tanto deseaba tener, ¡jamás iba a ser mío!”. Ello motivó mucha ira en
mi, estaba muy resentido con todo lo que me rodeaba. Esas no eran las palabras
que yo quería escuchar.
No
sé porque permanecí en aquella sesión, quizás porque ya no tenía fuerzas ni
para retirarme de allí.
La
vidente luego me cogió la mano y me dijo: Ernesto
la muerte está rodeándote; está muy cerca de ti. Yo veo aquí que un trágico
hecho está a punto de darse, por lo tanto, te aconsejo que no realices ningún
tipo de viaje hasta iniciar el próximo año. Ya que quizás allí sea donde
tengas un encuentro con la muerte.
Comprenderás
Cassandra, que aquella adivina no dijo absolutamente nada, de lo que yo quería
escuchar. Todavía me sugería que no viajase ya que la muerte me rondaba. Claro
(pensé), cómo no iba a estar cerca de mí, si yo estaba condenado a morir.
Insatisfecho me retiré de aquel lugar.
Callando
todo el terrible dolor que sentía en mi alma, me acerqué más a Julissa para
que, paradójicamente yo la consolase. Ya que Juan Carlos nunca más regresó a
ella.
Ya
algo más calmada, pero no resignada por completo, me dijo que quería estar muy
lejos de Lima y que sería muy bonito pasar Año Nuevo en Chimbote, ya que las
playas a ella le encantaban. Esto llenó de alegría, mi entristecido corazón,
y le dije que sí de inmediato. Pero había un pequeño problema, yo sabía que
no estaba muy bien visto que una mujer viajase sola con un hombre y que su
familia que me quería tanto a lo mejor no lo vería muy bien.
Así
que decidí convencer a Ricardo, mi mejor amigo de la infancia, para que fuese
con su enamorada a Chimbote con nosotros.
Cuando
visité a Ricardo me di con la sorpresa de que él había terminado con su novia
y que él estaba tan sólo y triste como yo. Al hacerle la propuesta, él me
respondió que no tenía ningún interés de viajar.
Yo
insistí, diciéndole que al realizar ese viaje él podría intentar olvidar su
pena y le rogué que asintiera a mi pedido ya que era la única forma de viajar
con Julissa y poder estar cerca de ella sin que nadie hablase mal de su persona.
Me
costó mucho convencerlo, pero la gran amistad que nos unía hizo que a pesar de
su nostalgia aceptara mi propuesta.
Así
que para la noche del 31 de diciembre, Julissa, Ricardo y yo viajábamos en un
autobús y recibimos el Año nuevo viajando. Ellos dos estaban muy tristes ya
que cada uno había perdido al ser amado. Así que para levantar los ánimos y
como ninguno de nosotros manejábamos, me proveí de licor y los animé a
brindar en el camino y a olvidar los tres nuestras penas.
Querida
Cassandra, este trayecto era para mí el camino hacia una momentánea felicidad.
Pero el destino había escrito otra cosa.
Bebimos
hasta el cansancio, tanto así, que al llegar a nuestro destino tuvieron que
pasarnos la voz, ya que estábamos muy tomados. Pero el licor con sus falsos
efectos, nos había hecho sentirnos muy eufóricos y aparentemente habíamos
olvidado nuestras penas.
Al
llegar a la playa Ricardo y yo decidimos hospedarnos en un hotel, pero antes
dejar a Julissa en la casa de su tía. Ricardo nos dijo que él prefería
esperarme en la playa y que yo acompañase a Julissa y luego nos reuniéramos en
el mismo lugar. Así lo hicimos.
Cassandra,
Julissa se veía muy contenta, es más aún me agarró de la mano y comenzamos a
correr por la arena, mientras dejábamos a Ricardo en la playa nadando y
disfrutando del hermoso sol que nos
alumbraba.
En
ese momento yo olvidé todo, mi sentencia de muerte y el pronóstico fallido de
aquella adivina. Pues yo estaba aún vivo y muy feliz de encontrarme al lado de
Julissa. En ese momento, no tenía descripción alguna de la felicidad que sentí
que ambos estuviésemos juntos paseando por la playa y que Juan Carlos no
estuviese allí para destruir mi sueño.
Dejé
a Julissa en la casa de sus tíos, quedando en encontrarnos para almorzar.
Mientras Ricardo y yo descansábamos un poco en algún hotel cercano. Retorné
al lugar donde había dejado a mi mejor amigo de la infancia, pero no lo lograba
visualizar.
Pensé
que él por mi demora ya se había adelantado a algún hospedaje cercano. Seguí
caminando cuando me vi con la curiosidad de observar a un gran grupo de gente
que rodeaba a algún hecho cercano a la orilla del mar. Curiosamente me abrí
paso entre la multitud para ver lo que sucedía.
Cuando
logré atravesar ese tumulto mis ojos no podían creer lo que veían. En la
arena ¡Tendido, inerte y sin vida estaba, Ricardo!; quien se había
ahogado en la playa. Él no había podido salir de ella, por unos fuertes
calambres que le habían dado y que el exceso de alcohol que había ingerido, no
le permitió utilizar adecuadamente sus reflejos.
Te
imaginas estimada Cassandra, hice oídos
sordos al futuro que me adelantó una adivina, tomando en cuenta una lógica
incierta. Ella me habló de muerte y yo la asocié con mi enfermedad. Fui
advertido de ello, pero cometí la gran soberbia de hacer caso omiso de aquel
privilegio, que es el de tener el futuro al alcance de uno y poder cambiar los
hechos, pero yo no lo hice.
Comprenderás
lo que significó ese viaje para todos. Yo regresé sin el amor de Julissa y
devolviéndole a unos padres terriblemente heridos, el cuerpo inerte, de un hijo
que me lo entregaron vivo.
Pero
la vida sigue teniendo sus paradojas, Cassandra. Después del velorio, regresé
a mi casa manteniéndome una semana sin querer hablar absolutamente con nadie.
Pero mi madre había estado insistiéndome en que yo había dejado muchas cosas
pendientes, como mis estudios y el contestar algunas correspondencias que me habían
llegado.
Decidí
retomar todo, empezando por leer todo aquello que se me enviaba. Entre los
sobres que tenía en mi mano, había una carta del hospital donde me estaban
realizando el tratamiento. Lo abrí con gran desinterés, cuyo contenido
finalizaba diciendo: Estimado señor mil disculpas, por los errores cometidos
en la información brindada en sus diagnósticos. Los resultados eran de otra
persona. ¡Usted no tiene cáncer!, sólo una aguda úlcera que con un buen
tratamiento, seguirá haciendo su vida normal.
Cuando
leí aquella carta no sabía si llorar de alegría o de tristeza, ya que quizás
si no hubiese habido este error, yo hubiera hecho caso de este pronóstico.
Por
ello querida Cassandra, es el motivo de este relato. Para que aquellas personas
que tengan la posibilidad de tener el destino, hoy, por personas con un don
especial como tú. No cometan la gran soberbia de ignorarlo, ya que muchas veces
nuestro futuro y el de otros están en nuestras manos. Y que no siempre
vamos a escuchar lo que queremos, sino lo que realmente va a suceder.
Hechos
sucedidos en Perú - Lima, capital. (Chimbote al norte de Lima a 7 horas de
distancia)
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