Querida
Cassandra:
Quiero contarte mi historia ya que ella esconde
la mano misteriosa del destino en el amor.
Como cualquier otra mujer, desde pequeña anhelé
conocer a “Mi príncipe azul” y lograr la felicidad con él.
Con relación a este sueño, el destino tenía planificado para mí,
situaciones impensables que dejarán realmente asombrados a tus lectores.
Mi
formación de adolescente y de juventud estuvo totalmente dedicadas al estudio y
a prepararme para lograr ser una buena profesional.
Soy médico y actualmente ejerzo la profesión
que tanto amo y que mis padres se sacrificaron en darme.
Mis dos hermanas mayores que yo, también
orientaron sus actividades diarias en el mismo sentido.
Extraño era que habláramos en casa; de fiestas, de salidas al cine, o
que realizásemos paseos con amigos o con “Enamorados”.
Nuestra prioridad fue la misma: terminar satisfactoriamente nuestros
estudios y luego esperar a ver qué ocurría. Aunque ésta pueda parecer una
existencia insípida, no lo era del todo. Mis
padres nos apoyaban en todo sentido y compartíamos con ellos nuestros juegos y
ratos libres así como nuestras tareas y dificultades. Fuimos una familia muy
unida y como verás ¡Muy feliz!.
¡Pero!… y en toda historia siempre aparece un
“Pero” no todo podía ser eterna felicidad. Cuando menos
pensamos mamá, que siempre era la fuerte de todos nosotros, empezó a sentirse
repentinamente mal. Fue realmente el golpe más fuerte de nuestras vidas, cuando
después de una serie de análisis diagnosticaron en mi madre, un cáncer
incurable que nos quitaba toda esperanza de poder tenerla muchos años a nuestro
lado.
Después de largos sufrimientos mamá, nos dejó
en el día más solitario de nuestra existencia, tan sólo ella tenia 56 años. Mi padre se
desmoralizó terriblemente cuando la muerte le arrancó al ser más querido. Mis
hermanas y yo también nos sentimos interminablemente golpeadas por este
terrible padecimiento, que motivó que se alejase el ser que más amábamos y
que le daba fortaleza a la familia.
Tardamos mucho tiempo en poder recuperarnos del
golpe y creo que hasta hoy, que ya han pasado ocho años, aún nos duele pensar
en su ausencia física.
En esa triste época de mi historia me apoyó
mucho mi gran amiga Verónica. Sabes Cassandra, ella era como tú, pues tenía
el don de visualizar el futuro, situación que para ella, más que ser una
ventaja había sido un drama poder convivir con ello. Verónica y yo éramos muy
unidas, ya que desde chicas compartimos nuestros mejores y peores momentos
juntas. Ella con sus palabras ayudaba a que yo pudiese superar este mal momento.
Las dos habíamos tenido siempre el mismo sueño,
que era encontrar “El verdadero amor", pero éste llegó
primero para Vero, lo cual la llevó a irse a otro país muy lejos, para casarse
con un árabe que había conquistado su corazón, por medio de cartas e e-mail
y que ni siquiera conocíamos. No había pasado ni medio año de la triste ida
de mamá cuando Verónica me decía “Un adiós”, que no se sabía si tenía
retorno. La vida me había quitado a mi madre y ahora la felicidad me quitaba a
mi mejor amiga.
Antes de que Verónica tomase el avión me dijo: “Gwendoleen
intenta sonreír, porque la vida te traerá la ¡Felicidad! con la misma letra
que inicia esta palabra y te sentirás tan contenta como hoy yo me siento. Pero
a ella la tienes que mirar con los ojos de la verdad y no de la ilusión; porque
si tus ojos se ciegan puedes cometer un gran error y confundir tu felicidad con
la tristeza". Cuando ella hablaba así, era porque salía la voz de
la vidente junto con las palabras de la amiga. Me dio un fuerte abrazo
alejándose de mi vida por mucho tiempo.
Mi
padre se encerró en el mundo intelectual y en la música; mis hermanas se
aferraron a su trabajo y yo me hice amiga de la soledad. No quería que nadie me
consolase y lo peor de todo es que caminaba desorientada pues en la familia la
madre es el centro de todo y su pérdida fue tan abrupta y dolorosa que parecía
una pesadilla y no la realidad.
Hasta
pasado el año de que mi amiga Verónica se había marchado no tuve nuevos
amigos. Fue en un amanecer, retirándome de mi guardia nocturna, en el que vi
aparecer a un muchacho de estatura muy alta, de cabellos claros como sus ojos,
se acercó a mí y me dijo: ¿La Dra. Del Castillo?. Soy el Dr. Ríos y De Los
Montes, para servirle. Vengo a continuar su turno.
Le
di la mano dándole la bienvenida y con una sonrisa me alejé, algo ruborizada.
No entendía porque esa reacción mía, se debería a lo mejor al poco contacto
que tenía con la gente. Nuestros encuentros eran constantes ya que siempre
nuestros turnos coincidían en la ida o llegada de cada uno.
El
Dr. Ríos y De Los Montes destacó muy rápidamente en su especialidad de
cirujano cardiovascular y no sólo eso sino que tenía mucho éxito con las
enfermeras y las demás doctoras, con la diferencia de que él prefería
quedarse con mi compañía. En varias oportunidades nos tomábamos un café en
el comedor de la clínica en el que laborábamos juntos. Él siempre compartía
conmigo todos sus sueños e ilusiones, yo tan sólo lo escuchaba maravillada,
hasta que el día menos pensado me di cuenta que estaba ¡enamorada de él!.
No
hacía más de un mes de conocernos, que este sentimiento había surgido, es más
ni siquiera me había percatado de cual era su nombre.
Una
tarde en que compartíamos aquellas emocionantes conversaciones, escuché una
voz muy gruesa a mis espaldas que decía: Fernando, que bueno que te encontré.
Fernando se levantó y abrazó fuertemente al hombre que le hablaba.
Dra.
Del Castillo, le presento a mi padre, el Dr. Ríos y De Los Montes.
Me
volteé y vi a un hombre muy parecido al que me había robado el corazón, con
la diferencia de que sus cabellos pintaban ya algunas interesantes canas y cuya
contextura era mucho más gruesa
que la de su hijo, sin llegar a la obesidad.
Le
di la mano y sentí que le había caído muy bien a quien yo esperaba que algún
día pudiese ser mi suegro.
La
clínica en la que yo trabajaba había cambiado de dueños, los cuales eran
extranjeros y por supuesto para vigilar su inversión traerían a gente de su país.
Todos estaban muy preocupados ya que no sabíamos si este nuevo hecho ponía en
peligro nuestros puestos.
El
director de la clínica había sido cambiado, motivo por el cual se reunió a
todo el personal médico para conocerlo y así fue. Una tarde a todos nos
presentaron al Dr. Barack el cual tenía una muy agradable sonrisa y con sus
palabras nos quitó todo temor, aclarándonos que nadie perdería su puesto y
que aquellos que tuviesen que dejar el suyo aquí, partirían a ejercer su
profesión en otras clínicas que tenían en el extranjero.
El
amor por Fernando cada día iba en aumento, yo ya no podía hacer nada sino era
con él y si él no estaba a mi lado siempre se mantenía en mis pensamientos.
Yo sabía que él se sentía muy feliz de estar conmigo, pero hasta el momento
no daba muestras de que nuestra amistad pudiese llegar a ser una relación, que
era lo que los compañeros pensaban que ya había entre nosotros.
Una
tarde en la que yo llegaba a cumplir mis labores; la clínica se veía muy
alborotada. Me encontré con Fernando y le pregunté cuál era el suceso que hacía
que todos estuvieran susurrando. Lo que sucede. Me dijo. Es que ha venido la
esposa del Dr. Barack y todos comentan que es muy bella. Yo aún no la he visto.
Me
quedaban algunos pendientes con el director, por lo que esperé que se
desocupase, en las afueras de su oficina y así de paso comprobaba lo que para
todos era la noticia del día. Pasados unos minutos de espera, la puerta de su
consultorio se abrió dejando ver a una mujer de estatura muy alta, de cabellos
largos y tan negros como la propia noche; con unos hermosos ojos y unos labios
muy sensuales, mientras mi curiosidad miraba las cualidades y belleza de esta
mujer, en ella, yo emprendía un
vertiginoso viaje al pasado. Cuando la miré fijamente comencé a descubrir en
ese rostro, la cara de la persona a la que muchos años había dejado de ver.
Gwendoleen,
¡Santo Dios!, ¿Eres tú?. Me dijo con gran emoción. Las dos nos hundíamos en
un abrazo de años, de niñez, de juventud, de alegrías y de tristezas. Nos
miramos a los ojos y en ambas las lágrimas rodaron solas, por las mejillas de
cada una.
Alrededor
de nosotras habían muchas miradas interrogantes, después de este acto de cariño
salió el Dr. Barack y también con una mirada curiosa preguntó si nos conocíamos.
Verónica, le dijo: como no, si Gwendoleen es mi hermana de la vida.
Los
tres cenamos juntos aquella noche, explicándome ambos, que como esposos habían
tenido muchos años de felicidad, pero ellos habían descubierto que el amor era
menos que el gran cariño y aprecio que se tenían. Por lo tanto llevaban una
hermosa relación más que todo de fraternidad. Aquella noche Verónica comentó
que la clínica la había adquirido su esposo y sus familiares de él, por lo
tanto no era sólo el director sino también el dueño y Vero sería la nueva
administradora.
Comprenderás
Cassandra, que ese momento volvía a mí ¡La felicidad!, nuevamente tenía a mi
lado a mi mejor amiga y también al hombre que amaba. ¡Que más podría esperar
de la vida!.
De
allí en adelante, Verónica y yo éramos inseparables, tanto así que ella había
cambiado todos mis horarios para permanecer más tiempo juntas, ello me causaba
mucha alegría, pero desde que se hicieron aquellos cambios ya no coincidían
mis turnos con los de Fernando. Verónica me preguntó si me había enamorado y
yo le dije que sí y que pronto conocería al hombre que me había robado el
corazón.
Una
tarde convocaron a una reunión de todo el personal, por lo cual me alegré ya
que aquel día volvería a ver al hombre que me quitaba el sueño.
Ya
casi todos habían llegado, menos Fernando. Me preocupé mucho, algo en mi corazón
decía que aquel instante podría cambiar el rumbo de mi vida. La reunión no se
dejó esperar y tanto Arim Barack como Verónica explicaron el porqué de la
reunión. Arim se dirigió a todos los médicos y nos dijo, que iba a leer una
lista de las personas que tendrían que viajar, para que los otros médicos
compatriotas de él vinieran a ocupar sus lugares y viceversa. En medio de la
lectura de la relación de los nombres apareció bruscamente Fernando, pidiendo
una disculpa por la tardanza.
En
ese momento lo nombraron a él, ¡Fernando, el amor de mi vida se iría lejos de
mí por mucho tiempo!. Sentí que el mundo se derrumbaba, me dije a mi misma que
por qué no le había mencionado a Verónica de quien estaba enamorada, a lo
mejor ello no hubiera sucedido. Cuando escuché el nombre de él volteé a ver
su rostro y lo vi como si no estuviera presente, incluso como si no hubiese
escuchado nada.
Una
vez terminada la reunión me acerco a Fernando y acariciando suavemente su
rostro le pregunté: Fernando, ¿Qué
sucede?.
Él
miró a mis ojos mientras disimuladamente secaba algunas lágrimas que
insolentes se dejaban caer. Con su voz
totalmente quebrada me dijo: "Mamá, acaba de fallecer de un infarto
fulminante. Lo abracé fuertemente, como no iba yo a conocer ese ¡Sufrimiento!".
Aquella
noche, todos sus compañeros nos encontrábamos al lado de Fernando en su dolor.
Me mantuve junto a él, consolándolo, pero muy extrañada a la vez, por no
haber visto a su padre en el funeral. Fernando me refirió de que su papá,
estaba tan dolido, que desde el momento del suceso no había salido de su
habitación.
De
un momento a otro llegaron Verónica y Arim, yo me levanté y por primera vez
les presenté al hombre que amaba. Verónica, Arim, el Dr. Ríos y De Los
Montes. Ellos le dieron su pésame y se retiraron, disculpándose de que un
familiar de Arim casualmente había llegado y tenían que recibirlo en el
aeropuerto. Cuando presenté a Verónica con Fernando, observé en su rostro
aquel gesto que siempre expresaba en ella, sentimientos de: miedo y podría
decir hasta de pánico.
Cuándo
salí a despedirlos, le pregunté a Verónica que, ¿Qué le sucedía? ella en
voz muy baja me dijo: "Gwendoleen algo malo va a
suceder, he sentido un gran pánico al conocer a aquel médico".
Arim la llamó inmediatamente para que subiera al auto, no nos dejó hablar más.
Cuando
regresé, el padre de Fernando ya había bajado y como una sombra que no tiene
voluntad, se hallaba cerca del cuerpo de su adorada mujer, con los ojos rojos
pero ya secos. Algo en mi corazón hizo que aquel triste rostro me inspirase una
gran ternura, acercándome donde él para darle mi más sentido pésame.
Mientras
permanecía al lado del doctor, observaba que cada vez que llegaba algún
familiar, se referían a Fernando no por su nombre sino como: “Júnior”.
En algún momento en que noté que el doctor estaba más tranquilo traté de
conversarle de muchas cosas. Para mi satisfacción vi que por algunos momentos
él se aislaba de aquella dura pesadilla.
Los
días siguientes me hice como misión acompañar al padre de Fernando ya que en
él veía reflejada la tristeza de papá, cuando mamá se fue.
Fernando,
sin embargo, para olvidar su gran dolor, se recluyó mas aún en su trabajo. Un día
en que el papá de Fernando me había pedido que lo acompañase en su
consultorio a mirar unos análisis para que yo le diera mi opinión profesional,
le pregunté cuál era su verdadero nombre y él me respondió que su hijo y él
llevaban el mismo nombre, el mismo apellido y la misma profesión. Pero me dijo
que prefería que lo llamase “Nando” como lo hacían sus mejores amigos.
Cuando
yo le referí a mi opinión sobre aquel caso, él de repente me miró a los ojos
y me dijo: Doctora no sabe cuanto me encantaría, que usted fuera mi nuera.
Cuando escuché aquellas palabras del doctor, me ruboricé tanto, que él me
pidió disculpas por tal atrevimiento. Yo le dije que no había ningún problema
que al final de cuentas, ya era una verdad que no se podía ocultar.
De
allí en adelante, aprovechando en los quince días de vacaciones que tenía,
pasé agradables momentos con el padre de Fernando, ya que a pesar de ser mucho mayor que yo teníamos los mismo gustos y eso nos había convertido en los
mejores amigos.
Cuando
regresé a trabajar a la clínica, me encontré con Fernando después de muchos
días y noté en él algo muy distinto. Me sentí contenta ya que en su rostro
visualizaba que había podido superar la ida de la mujer a la que tanto quiso,
su madre.
Fernando
me refirió que quería hablar conmigo a solas, que en todo este tiempo que habíamos
estado separados, él se había dando cuenta de lo importante que yo era en su
vida y que en la noche conversaríamos sobre aquello. En
aquel momento sentí que mi corazón latía fuertemente, no podía creerlo esperé
tantos años para escuchar de sus labios aquellas palabras, que aquella noche la
convertiría en una declaración que yo pensaba que nunca se iba a dar.
Cuando
anocheció me puse lo más elegante que pude y esperé a Fernando en el
restaurante en el que él me había citado.
Cuando
él llegó, lo vi luciendo un terno azul oscuro que contrastaba con lo blanco de
su tez y lo hacía ver más guapo que con su uniforme de médico.
Se
sentó en la mesa y con una gran sonrisa cogió mis manos apretándola
fuertemente, mirándome me dijo: "Gwendoleen no sabes lo feliz que
soy y lo feliz que me haces en estar aquí, en el momento más importante de mi
vida. Yo lo miré a los ojos y le dije que compartía el mismo sentimiento que
él".
Cuando
estábamos a punto de pedir la cena, vi que Fernando se paraba de la mesa y
jalaba una de las sillas invitando a sentarse en ella a otra persona.
Gwendoleen,
te presento a la mujer que a robado mi corazón. En ese instante sentí que el
mundo se hundía bajo mis pies, que mis latidos parecían dagas que en vez de
darme la vida me provocaban una muerte lenta. Mis ojos querían llorar, mi
voz no tenía sonido, mi tristeza ya no tenía espacio en este mundo. Traté de
ser lo más fuerte posible y de mirar con mucha entereza a la mujer que había
quitado sin querer la única ilusión que tuvo mi vida.
Cassandra,
no te imaginas cuando la vida juega contigo que tan dura puede ser, ya que en el
momento que arrebataban todas mis ilusiones yo tenía que tener fuerza para
felicitar a la persona que en ese momento me hurtaba toda la dicha. Pero
como la vida más allá de ser una tragicomedia suele mucho más burlona más aún
cuando escoge sin piedad a sus personajes y en esos momentos lo hizo, fue cruel.
Tuve que extender mi mano para estrechársela, deseándole la máxima felicidad
a mi peor enemiga y ¡A mi mejor amiga!.
"Verónica
te deseo toda la felicidad del mundo, no sabes el hombre tan valioso al que te
llevas". Vero, en esos momentos irradiaba dicha, la misma que se le
veía hace años antes de dejarme sola.
"Gwendoleen,
amiga del alma, hermana de la vida no sabes que tan grande es mi felicidad de
poder compartir este momento contigo". Yo los miré y me pregunté
muy dentro de mí cómo aquella persona que había vivido mirando el futuro de
los demás, no pudo ver el suyo propio ni de la de su hermana de la vida. Sé
que lo presintió pero yo sé que ustedes no se pueden ver a sí mismos y eso le
pasó a Verónica y ella me dañó sin saberlo y sin quererlo.
Luego
de desearles los mejores augurios, vi la forma de salir de allí, con el
pretexto de que eran ellos quienes debían compartir solos aquella noche de
felicidad.
Querida
Cassandra, lo único que pasó por mi mente en ese instante era buscar a Nando y
contarle lo sucedido.
Cuando
llegué a su casa, él me abrazó fuertemente y me consoló, diciéndome que una
chica tan linda como yo, no podía terminar su vida sin conocer al verdadero
amor. Que así como Fernando había encontrado el amor en los días de mi
ausencia, también lo haría yo en su oportunidad.
Como
no pude resistir el ver a Fernando y a Verónica juntos en la clínica, ya que
no tenían nada que ocultar porque todos sabían que Vero era una amiga para su
esposo y que entre ellos no existía más que una linda amistad; tanto así que
Arim le había pedido el divorcio para que concretara su relación. Pedí
licencia por un mes sin decirle a Verónica los verdaderos motivos de mi
ausencia, no llegando nunca ha contarle mi verdad, mi dolorosa verdad.
Cassandra,
a estas alturas de mi relato te habrás dado cuenta que el destino me trajo
muchos acertijos y que todos ellos ya se habían resuelto, a excepción de uno.
Nando, tratando de devolver aquellos momentos de apoyo que le di ante la muerte
de su esposa, no me permitió estar sola ni un solo instante y fue allí cuando
descubrí el último acertijo que la vida me había dejado para resolver.
Nando
y yo nos enamoramos profundamente, esperamos que pasara un tiempo prudencial de
la muerte de su esposa y nos casamos. Fue allí cuando conocí el
verdadero amor ya que Fernando su hijo y hoy mi hijastro. ¡Era la ilusión! de
un corazón sin experiencia y Verónica seguía siendo la mejor amiga y hermana
de vida. Ya que a estas alturas de mi historia y de mi gran felicidad, reconocí
que su don era aún mayor de lo que yo había pensado, pues hoy recuerdo
las palabras que en el ayer ella me dijo antes de marchar: “Gwendoleen
intenta sonreír, porque la vida te traerá la ¡felicidad! con la misma letra
que inicia esta palabra, te sentirás tan contenta como hoy yo me siento. Pero
a ella la tienes que mirar con los ojos de la verdad y no de la ilusión; porque
si tus ojos se ciegan puedes cometer un gran error y confundir tu felicidad con
la tristeza”. Verónica se refirió a que la felicidad llevaba la misma
letra del amor y fue así, los dos se llamaban Fernando, sólo que uno era la
ilusión y el otro el verdadero amor.
Tu
amiga, Gwendoleen.
|